Me gusta mi ciudad, mi "barrio", en siete minutos caminando llego al malecón. Esta noche me imagino la bahía, llena de luces en las alturas del acantilado. Cada vez más edificios se asoman imponentes recibiendo la brisa del mar y la oscuridad de la noche que se acentúa con el mar.
Muchas noches caminando por el mismo lugar, pero aún no me animo hacerlo yo sola. Casi lo hago esta noche, pero algo me detuvo, quizás no estoy lista del todo, porque iría y recordaría. Por ahora no es tiempo, luego lo haré cuando disfrute la noche y la brisa, sin nostalgia.
Me imagino el sonido del mar mezclado con el ruido de los motores que recorren a 80 kilómetros la costa, todos van rápido de regreso a casa, a sus citas, a su trabajo, a seguir moviéndose y continuar sus vidas. Cuando yo lo recorro voy a la misma velocidad, la máxima permitida, pero dentro de mí voy más rápido, mi carro me permite tomar las curvas a velocidad, y sigo sin temor, no hay obstáculos, sigo y sigo con el volumen muy alto, canto y mis manos tocan el timón al ritmo de los bajos y la batería, nada me detiene.
A esa velocidad, los recuerdos también se hacen intensos, y el dolor oprime de tal manera que no hay remedio, igual las lágrimas caen y el sollozo profundo calma la pena. Vuelvo a tener el control. Llego a mi destino, a estudiar, a trabajar, a casa, el ida y vuelta. Son los minutos que me alejo, me aislo, que me arriesgo a velocidad, donde soy intrépida, donde me demuestro que no hay límites, tengo un carro veloz. Y yo también lo soy, cuando camino, cuando ando en bicicleta.
Creo que estar cerca al mar, al frente de él, me abruma su inmensidad, y siento la nostalgia de las distancias. Sí la nostalgia que se siente cuando vemos en el firmamento un avión alejarse, y dentro de él, a cientos de personas que se alejan de sus seres queridos, por un sueño, por una oportunidad, o simplemente se reunirán con ellos. Pero siempre habrá nostalgia.
El mar es igual, tan inmenso, tan impredecible, tan difícil de doblegar. Separa los continentes, es la vía por donde los barcos surcan océanos para llegar a sus destinos, travesía que ausenta a la gente de la gente. Por eso la nostalgia, y sentirnos tan finitos, tan pequeños frente a ese horizonte.
Imagino la brisa en mi rostro y en mi cuerpo, la temperatura ha bajado un poco y cierro mi casaca de cuero, me abrazo para calentarme un poco más. En este momento imaginado frente al mar, las lágrimas no han caído, solamente he disfrutado del mar y de la brisa, de la gente y el bullicio.
Es hora de regresar a casa, llena de vida, llena de fuerza, relajada para descansar, y despertar muy pronto, antes que amanezca para cumplir con mi nuevo orden, le llaman disciplina, y esa es la única manera de cumplir mi primera meta, se llama tesis.
Es hora de descansar y despertar con ilusión. Allá voy, así como cuando tengo el control, como cuando conduzco a velocidad. Es el momento de tomar el timón de mi vida.
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