En medio de la incertidumbre mundial, y en medio de la luz a una nueva normalidad, me siento bendecida. He aprendido mucho, y sigo aprendiendo, y más aún reconociéndome. Es muy hermoso, como cuando niña descubres que puedes mantenerte en equilibrio, nadie más te sostiene, vas por tí misma, y ya no hay límites. Puedes dirigirte a donde te lleve el viento.
Reconocerme en medio de la soledad, ha sido y es, el mejor remedio para reencontrarme y fortalecerme. A pesar de lo que se pueda esperar, la reclusión ha significado vivir el reto del reencuentro, de la evaluación, del balance, de florecer. Me siento capaz de tanto, y me siento completa, amando intensamente la vida, a mi familia y al amor.
Los cielos, las noches, los amaneceres, los atardeceres, han pintado el firmamento con tanta belleza y maestría que no paro de admirar. La luna, bella e imponente, reina de mis noches...Y el sol al amanecer, inquietante y poderoso llena de luz mi hogar.
Madrugadas de silencios que se rompen con los cantos de las aves, despiertas antes de tiempo, y que por las tardes buscan presurosas sus nidos cantando comunicando entre sí, que la noche llega y hay que refugiarse. Y así cada noche, cada día.
Mis plantitas, son el calor y el color, llenan el vacío, ese espacio que no parecía vacío, faltaban ellas. Crecen y crecen, se multiplican, y ahora queda cosechar y regalar, esperando que la cadena de amor continúe, y las cuiden mucho.
Esta soledad, me ha hecho relacionarme aún más con la naturaleza, desde mi patio, desde mi ventana, desde mi almohada. No he estado sola, no estoy sola, tengo tanto conmigo, tanto que dar, tanto que amar. No hay miedos, no hay necesidad de nadie más, a pesar de seguir con tanto amor dentro de mí, allí, contenido, recargándose. Se llena de las maravillas que cada minuto la vida nos da.
Gracias Dios Mío.